Nos habíamos prometido abandonar los vicios y dejar de lado las letras de Cementerio Club sonando impotentes al fondo de nuestra acostumbrada depresión. Y aún así, estábamos allí. La habitación estaba llena de humo, Spinetta y vos: "...Y si acaso no brillara el sol y quedara yo atrapado aquí, no vería la razón de seguir viviendo sin tu amor..."
Me gustaría saber que pensabas entonces amor. Recuerdo verme dibujar mi angustia en tu boca, en los besos prematuros que nos dimos, en los besos futuros que no pretendían llegar. Me gustaría saber que pensabas entonces amor. Tenias un café demasiado dulce enfriándose en la mesa y una imaginaria mesera inquieta sujetando una cuenta por cobrar.
Habían pasado horas ya. Habían pasado días quizá y se petrificaba tu dolorosa imagen en el espejo. No tenías colores. No tenias ausencia de color. No eras nada. No eramos nada. El sol no era nada, ni las partículas de colilla flotando en el espacio, ni los acordes de aquella vieja canción, ni las 3 cucharadas de azúcar calcinándose ante la espera eran nada. Nada. Nada como la hipocondríaca sensación de una muerte inminente antecedida por tu partida. Fingías piedad. Piedad en una despedida. Ja. Compartimos media vida y un último beso en la mejilla. Fuimos y fingimos ser sin ser ni estar, y ahuyentaste al sol y rompiste las promesas y me dejaste fría, vacía: "...Y si acaso no brillara el sol y quedara yo atrapado aquí, no vería la razón de seguir viviendo sin tu amor..."