A él le gustaba ver el mundo de cabeza, la ciudad con el corazón en las aceras y los pies en el cielo.
Le gustaba embriagarse de luces tintineantes de edificios llenos de cuerpos, vacíos de almas y lejanos sonidos de un abrumador y cansino trafico.
Le gustaba sentir el viento en la cara y el alma fría, nueva.
Le gustaba dibujar patrones en la oscura noche como deseando que su alguien pudiera ver su lienzo de tan lejos pero tan cerca a la vez.
Le gustaba pretender que su alguien, el de los pies en la tierra y el corazón refundido en su hueco pecho podía mirar el cielo en su mundo quieto, irreversible y por un instante, tan solo por un instante podría sentir que daba un giro, que también con el simple hecho de pensarlo, estaba de cabeza.
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